10 REALEZA

Escribo esto en una habitación en Madrid, a la que ahora llamo casa. La vida parece que va de una habitación a la otra. En la anterior, a la que llegué hace casi dos veranos, no tenía luz natural. Para respirar un poco sacaba la cabeza por la ventana, buscaba inspirar la mayor cantidad de aire posible para que los pulmones se enteraran de que yo seguía viva. Antes de salir, me asomaba de la misma manera que siempre. En ese acto cotidiano teñido de ritual, apoyaba mis manos en el borde inferior de la ventana, empujaba el marco, alargaba los brazos e inclinaba mi torso lo suficientemente adelante para ver el cielo, sin caerme al patio interno. Enfrente, vivía una vecina pelirroja con el entrecejo fruncido, siempre parecía agobiada y refunfuñaba cosas por lo bajo. Se la pasaba tendiendo ropa en las sogas de su ventana que llegaban hasta la mía, y cada vez que ella salía, yo estaba ahí en la habitación, hablando por teléfono, bailando o escribiendo. Fingíamos no vernos. Cada una realizaba las acciones correspondientes del día y procurábamos no cruzar miradas. Si eso sucedía, hacíamos que nada pasaba. No lo habíamos arreglado, pero era parte de nuestros encuentros diarios. Como esas citas casuales, a las que vas porque no te queda de otra. Cuando nos cruzábamos en las escaleras, en la calle, en el portal o en el almacén, nos saludábamos fervientemente, con un respeto digno de la realeza.